lunes, 20 de agosto de 2012

En Vespino entre la ola de calor

Esto es lo que le comentaba a Kiqu en un correo personal:

-- Ya lo sabes pero te comento que a pesar de haber hecho todo lo que he hecho con la Vespino, no dejo de asombrarme cada día más de lo que ese "bicho" es capaz de hacer. Creo que puedes hacer lo que se te antoje. Por añadir algo que todavía no sabíamos te diré que en la última etapa, la de Camarzana de Tera - Vall, de 640 kms., pillamos uno de los peores días del verano y las tierras que atravesamos no eran, digamos, refrescantes, más bien todo lo contrario. El calor era asfixiante y el sol caía sin que nada lo tapara. Tuvimos que ponernos manga larga e ir todo el tiempo con la visera del casco bajado para no quemarnos. Ahora mismo, mientras te escribo ésto, estoy viendo mis antebrazos totalmente escamados por la piel que se me desprende de las quemaduras del sol. Pues bien, lo novedoso es que por primera vez en todos los viajes que llevo hechos, tenía que apartar la pierna de la parte por donde le hiciste los agujeros a la tapa del motor para que evacuara mejor el aire de la turbina, porque el calor que salía por ellos me quemaba. Y no te digo cómo se ponía la maleta derecha, los tubos de la gasolina y todo lo que vivía por ese lado. Cuesta arriba, cuando la velocidad bajaba y el motor tenía que emplearse a fondo, el calor era infernal. Cuesta abajo se entibiaba y casi llegaba a ser agradable. En agunos momentos pensaba que íbamos demasiado rápidos y que alguno de los motores, el de Tachu o el mio, acabaría enganchándose... pero no... no ocurrió nada de eso. En esas subidas que te comento, incluso nos pasábamos la botella de agua con aislante térmico que llevabamos, que a pesar haber llenado con agua fresca y estar protegida, pronto se calentaba. La partes metálicas de la moto quemaban y de no haber sido porque íbamos en marcha y el aire las refrescaba, difícilmente hubiéramos podido conducir la moto sin guantes... acababa de perder uno y conducía sin ellos--.
Después de haber hecho más de 1.000 kms. en una etapa, quién podía pensar que no era posible concluir los 650 de la última. No era descabellado, como no lo fue, aunque el calor como invitado de última hora nunca es bienvenido, a pesar de que siempre comento que esos días nos sientan bien a la Vespino y a mí, y que son los frescos y lluviosos los que incomodan cualquier viaje. Ni una ni otra afirmación son falsas, pero cuando llevas algo de cansancio en el cuerpo y te encuentras con un día sin treguas térmicas y sin un puñetero lugar con sombra para guarecerte unos minutos, la verad, la situación se torna difícil. Únicamente la confianza en nuestras máquinas y la paciencia para que los kilómetros pasasen poco a poco fueron como siempre nuestros aliados. No fallaron.

Las carreteras no eran las portuguesas. Por suerte el asfalto era generalmente de buena calidad y aprendimos a desoir los consejos del navegador que se empeñaba en recomendarnos excursiones por el centro de todas las poblaciones por las que pasábamos. En algunos tramos, cortos por suerte, pisamos caminos de tierra que enlazaban con las carreteras correctas; evitar eso todavía se escapa a nuestros conocimientos, a los míos que era quien llevaba el navegador.

La media horaria resultó muy alta, altísima para las condiciones de calor del día. Al final de la etapa la fijamos por encima de los 50 kms/h., que significa que la marcha rondaba los 60 kms/h. en terreno llano.

Otra dificultad podíamos encontrarla en los neumáticos puesto que el asfalto estaba muy caliente y llevábamos mucho peso en las motos. Por suerte tampoco ellos fallaron. Creo que fue un acierto montar ese tipo de neumáticos que nos recomendó Kiqu, porque están preparados para más peso y más velocidad. Son bastante más duros y complicados de montar en las llantas, pero te dan confianza y sin duda son más seguros.

En el aspecto meramente turístico, una vez más, nos vimos penalizados por nuestro afan deportivo de los viajes en Vespino. De no cambiar el chip de manera radical, vamos a seguir atravesando Europa sin detenernos a saborear los encantos de cientos de rincones por los que pasamos sin detenernos. Ésta última etapa no iba a ser menos: alejados de las rutas convencionales y rápidas, atravesamos pueblos y pueblecitos con mucho encanto y mucha historia, unas veces en un estado esplendoroso y otras ruinoso pero atractivo al mismo tiempo. No es el momento ni el lugar de entretenerme en explicar todo lo que vimos, aunque recomiendo vivamente a quienes quieran disfrutar de un viaje agradable y sin prisas, al tiempo que enriquecedor, que se aventuren a ir desde Benavente a Molina de Arangón, pasando por las provincias de Palencia, Zamora, Valladolid, Burgos, Guadalajara y Teruel (no recuerdo si me dejo alguna) por rutas marcadas para bicicleta o incluso peatones. Podrán apreciar lo que nos perdemos al viajar por otras vías más rápidas.

Al final añocheció antes de llegar a los límites de la provincia de Castellón, pero eso ya eran carreteras conocidas. Al llegar a Barracas, la primera localidad de la Comunidad Valenciana, era totalmente denoche. A pesar de estar a 1.000 metros sobre el nivel del mar, el calor seguía siendo importante. En ese momento íbamos en manga corta porque el sol hacía un buen rato que ya no estaba. Los faros de las GL volvían a recordarnos que eso de la luz era una asignatura pendiente, de modo que afrontamos las curvas y los baches del antuguo Puerto de Ragudo con toda la cautela del mundo, para aliviar nuestros temores al pisar asfalto liso y agradable unos kilómetros antes de llegar a Viver, el resto era sencillo.

Llegamos a Segorbe casi a las 11.00 de la noche, así que no estaba nada mal la etapita de 643 kms. en 18 horas. Tachu tenía unos 20 kilómetros más para llegar a su casa y yo 10 para llegar a la mía, así que nos abramos y nos dimos la enhorabuena. Por mi parte me esperaba una dicha fresca, una buena cena y una cama, y a Tachu lo mismo pero en lugar de una cama, seguramente una jornada de trabajo nocturna que espero pudiera superar con éxito, todavía no me lo ha contado.

Hasta la próxima...


viernes, 17 de agosto de 2012

Recorrer Portugal en tres Vespino en sólo dos días

Aunque realmente fueron tres días los que usamos, hay que tener en cuenta que en el primero de ellos nos acercamos al Cabo de San Vicente, a la misma fortaleza, y que en el segundo llegamos hasta Braga porque tuvimos que optar por entrar a visitar Oporto (de lo mejor) o cruzar la frontera. Por tanto decidimos lo segundo y postergamos entrar en Galicia para la mañana siguiente.


En principio habíamos pensado en descansar un día entero en Sagres para afrontar en tres etapas la travesía del país luso. Por lo visto la euforia de haber logrado cerrar con éxito la maratoniana etapa anterior, las ganas de Aina por comenzar su particular aventura, y el sueño reparador que borraba el cansancio acumulado, consiguieron, todas o una sóla de ellas, darnos los ánimos suficientes para sentarnos en las Vespino y seguir hacia el norte.
En la salida del camping cerca de Sagres. Comienzo de la primera etapa portuguesa.

El camping donde pasamos la noche estaba muy bien. Quizás demasiada gente, demasiado grande y demasiado ruidoso, aunque bien es cierto que a las 12:00 hora lusa (una hora más en España peninsular) todo el mundo a dormir... pero lo peor fue el precio: 120 €. para cinco personas y las motos. Sin duda fue un peaje caro por dormir cerca de la costa y las playas, naturalmente.

Primer repostaje en Portugal.
En contraste a este precio, las otras dos noches las pasamos en hotelitos por unos 35 €. habitación doble con baño y por 36 €. en doble con baño y desayuno "self service" la segunda en Braga. Eso es otra cosa...
En el camping poniendo los cuentakilómetros a 0
Los cerca de 800 kms. de carretera fueron un costraste de claroscuros dignos de desmenuzar, que a toro pasado parecieron leves, pero en algunos tramos obligaban a gritar aquello de: ¡¡¡tierra trágame...!!!

Cerca de Sagres, camino del Cabo de San Vicente
La visita al Cabo estuvo bien. Hacía mucho viento que además era fresco e invitaba a taparse sobre la moto. Había trasiego de turistas pero no era molesto. Las carreteras en las proximidades del mar dejaban bastante que desear.
Junto al faro de la fortaleza del Cabo de San Vicente

Aina, Tachu y Valentín sobre las vespinos. Al fondo Sagres.

Además de mecánico, asesor y conductor de coche escoba, Kiqu cumple como reportero gráfico. Aquí en el Km.0.

¿Para uno foto tampoco podemos entrar?  Vd. diculpe...

En una de las paradas para encontrar alguna pegatina que añadir al parabrisas de la Bella Durmiente, en la población siguiente a Sagres en la que todo está pensado para los surfistas que llegan a la zona, además de comprar el camaleón tipico, que era lo más parecido a la pegatina que buscábamos, conocimos a dos hermanos (de cuatro en total, todos moteros) que venían en sus BMW desde Verín en Orense. Así que como nos aseguraron que leerían este blog, para ellos un "saludo": esperamos vuestras noticias en vespinos@yahoo.es , al igual que a todos las personas que conocimos durante el viaje y con las que tuvimos ocasión de conversar unos minutos. Ah, y por favor, enviadnos las fotos que nos hicistéis a ese mismo correo.
Momentos de duda.

Seguimos hacia el norte por una carretera aceptable y con poco tráfico que seguimos hasta la hora de comer donde el fresco de la costa había dejado paso al calor del interior. Cerca de las 14:00 españolas tuvimos un pequeño despiste en las proximidades de Santiago do Cacém que luego comprendimos. Realmente no era un despiste, más bien era una instrucción errónea en el navegador por mi parte y que conviene explicar: lo lógico y adecuado, y ahora lo entiendo así, es que cuando se le da al navegador la instrucción de llevarnos a una localidad concreta se le diga que lo haga al centro de la localidad. Pues bien, hasta ese día tenía la costumbre de poner calle y número al azar, llegando incluso a elegir cualquier monumento que aparecía como opción, entendiendo que ese monumento debería estar dentro del núcleo urbano. PUES NO, ese era el error. En muchas ocasiones, como pudimos comprobar esa misma tarde en Santarem, si se elige la opción de un monumento en lugar del centro de la ciudad, el navegador nos puede llevar a un monumento que no tiene que estar necesariamente dentro del casco urbano y puede estar ubicado a 20 kms. del centro de la ciudad. Por eso tuvimos la confusión en Santiago y por lo mismo nos pretendía alejar del centro de Santarem esa misma tarde. Hasta ahora no había tenido ese problema porque antes de llegar a los destinos que marcaba en el navegador me detenía y marcaba uno nuevo 80 o 100 kilómetros más allá, pero ahora era distinto porque había dos navegadores trabajando en el viaje: el mío y el de Kiqu que nos seguía o nos precedía con la furgoneta más o menos próximo a nosotros.


Pasada la hora normal de comida española nos detuvimos en un pueblecito donde los ancianos charlaban a la sombra de un árbol junto a la carretera, y donde encontramos por casualidad un lugar ideal para comer nada menos que, tal como dijo el camarero, un cochinillo mejor que el de Segovia. De dimos una tarjeta con nuestras direcciones en internet, así que posiblemente también lea estas líneas... "otro saludo".
Comiendo cochinillo al estilo segoviano, según el camarero.
Kiqu y Pilar se adelantaron por la tarde para buscar uno de los camping que teníamos señalados en las proximidades de Santarem, habiendo descartado pasar por Lisboa, de manera que antes del añochecer tener llegar con las motos e instalarnos tranquilamente.

Agua Lusa, como en una foto de anuncio.

Aina, siempre optimista y sonriente aguantó todos los tramos, que no era fácil, como una campeona.
Pero los viajes aventura siempre te reservan eso, aventuras, de modo que Kiqu y Pilar se encontraron con la sorpresa de que los camping, uno tras otro, o bien no tenían lo que buscaban o sencillamente ya no existían. De ese modo llegamos anocheciendo hasta Alpiarça, localidad melonera por excelencia en la fertil orilla del margen izquierdo del Tajo. Decidimos aguardar allí hasta recibir noticias del coche de apoyo, que a esas alturas ya no sólo buscaría camping sinó que también intentaría encontrar un hotel que nos acomidase. Por suerte la solución estaba a escasos metros donde nos detuvimos los de las motos: frente a nosotros había un hotel restaurante que al final resultó ideal para pasar la noche. Incluso la duda de dejar las motos a buen recaudo nos lo proporcionaron ellos mismos permitiendo meter las tres Vespino en la misma cocina del restaurante. Restaba únicamente que Kiqu y Pilar se reunieran con nosotros puesto que en su búsqueda se habían alejado nada menos que 50 kilómetros. Como digo: esto es aventura.
Imrpovisado garaje en la cocina del hotel en Alpiarça.

Pasamos la noche estupendamente, descansando mejor que en el carísimo camping de la noche anterior y que en la mañana, aunque no entraba en el precio, el dueño del hotel nos invitó a los cafés. Otra cosa fueron los personajes que pasaron y se detuvieron a charlar con nosotros mientras esperábamos a la furgoneta... "no coment...".

La segunda jornada en Portugal nos alejaba del Tajo hacia el norte con la intención de llevarnos hasta Oporto que, ésta ciudad sí, decimos visitar a pesar de que ello nos impediría cruzar la frontera ese mismo día; sin duda fue una decisión acertada.
Parada para desayunar en Santarem, la mañana del tercer día y segunda etapa en Portugal.

Pequeño despiste en Santarém

Llegar a Oporto no fue sencillo. Atravesar la Sierra de la Estrella por rutas en bicicleta no fue para nada lo mejor que hicimos. La grandeza de los paisajes quedaron desdibujados por una carreteras que sin vacilar podemos catalogar de "infames".

El concello de Batalha con bonitos paisajes pero carreteras en mal estado.

Bonita imagen de la marcha.

En esta carretera revirada nos permitimos adelantar al camión.
Al final tuvimos que pedir al navegador que sencillamente nos llevase por carreteras evitando autopistas de peaje, porque de seguir de aquella manera nunca llegaríamos a nuestro destino, así que en cuanto pudimos tomamos la IC1 que nos llevaría en volandas hasta la capital, en algunas ocasiones con buen asfalto y mucho tráfico, en otras con buen asfalto y muchísimo tráfico, pero en cualquier caso una carretera con límites de velocidad estrictos que permitía a la furgoneta seguirnos bien de cerca sin causar grandes tapones al resto de los vehículos.

Pasado Coimbra con mucho calor y tráfico, nos detuvimos a comer.
Salir de Portugal sin probar el bacalao podría constituir un delito.
Después de una vista rápida en la ciudad de Oporto con alguna compra, decidimos hacernos una fotografía con el sol de poniente escondiéndose en el Atlántico y luego, ya oscuro, seguir unos kilómetros hacia el norte para ir a dormir a Braga, a 56 kms. Aquí se adelantaron Kiqu y Pilar y nosotros les seguimos en la distancia por unas carreteras con mucho tráfico y ambiente de fiesta para llegar a un hotel de la franquicia Choice, que sin duda fue el mejor alojamiento de todo el viaje.
Está prohibido estresarse. Este simpático gasolinero nos dijo que para llegar a Oporto no dejásemos el camino que llevábamos.
Muchos peregrinos en los arcenes de las proximidades de Fátima.
Callejeando por Oporto.
Aina y Tachu sobre un viaducto en Oporto.

Extraño ocaso en Oporto para los mediterráneos como nosotros.

 

La tercera etapa sólo nos restaba unos 70 kilómetros para llegar a la frontera de Tui, así que nos pusimos en marcha en cuanto hicimos algunas compras en la ciudad.

Aina animada frente al hotel de Braga. España estaba cerca.

Salimos hacia el norte y cruzamos Tui sin dificultad. Pretendíamos comprar algo allí mismo, pero había tal aglomeración de gente y tráfico que desistimos y cruzamos el paso fronterizo más antiguo de Europa para entrar en Galicia.

Paso fronterizo de Tui, el más antiguo de Europa.
Estamos otra vez en casa, aunque falten 1.000 kms. para llegar.

 

La sorpresa del día la tenía guardada, una vez más, la fidelidad al navegador: sin titubéos nos metió en una autovía y al intentar salir de ella, sin remisión, nos metió en una autopista de peaje. SI, DE PEAJE. Fueron cerca de 15 kilómetros con el culo prieto y con maldiciones, seguro, que de mis cuatro compañeros de viaje...¡¡¡ pero dónde nos has metido, insensato... que nos van a meter en la cárcel!!! Por suerte llegamos al punto de peaje en la primera salida posible y después de pagar los 1,40 €. por moto, salimos de inmediato de aquel inmundo lugar de vehículos grandes. ¡¡NUNCA MAIS!!
Después del mal trago, pasamos el peaje.

Lo siguiente fueron las despedidas: ayudamos a Kiqu a subir la moto de Aina a la furgoneta, que no olvidemos, es la primera chica que atraviesa Portugal en una Vespino, y nos dijimos adios. La familia Garí tenía por delante llegar hasta Arenys de Mar y nosotros llegar a nuestras casas lo antes posible. Kiqu tenía que acabar de preparar a La Bestia para la carreta de Guardiola y Tachu quería intentar llegar el viernes a casa para poder trabajar esa misma noche.

Lugar en el que dividimos nuestros caminos.
El resultado para nosotros fue una etapa de 416 kms. con mucho calor, en la que ni siquiera nos detuvimos para comer. Esa misma noche la pasaríamos en Pumarejo de Tera visitando a la familia Navarro Lanseros, y cena y velada hasta las 2 de la madrugada en casa de nuestro amigo Baltasar Andrés "el Hermoso" y su familia. Luego nos marchamos hasta las orillas de Tera y plantamos la tienda de campaña. El despertador nos pondría en marcha a las 6:30 para iniciar la asfixiante última etapa.

jueves, 16 de agosto de 2012

Aventura superada

Aventura superada y con dos días de adelanto...

 La noticia previa en diario Levante de Castellón en su edición 7 de agosto de 2012:
    
Agradecer a Kiqu y familia por haber participado y ayudado de manera incondicional a nuestra aventura: Kiqu y Pilar desde la furgoneta de apoyo y Aina como un aventurero más.
Agradecer a Sprint en Segorbe porque un año más nos ha proporcionado la posibilidad de ser vistos con sus chalecos reflectantes.
Naturalmente a Juan Bicisport por velar por nuestras máquinas de manera directa, aunque un año más se haya quedado con las ganas de ser elemento aventurero.
Y no nos olvidemos de todos los amigos cercanos y lejanos que nos han alentado y también nos han soplado en el cogote para que no desfalleciésemos en nuestro empeño.

Mañana hará una semana que regresamos a casa con dos días de adelanto sobre unas previsiones, a priori, bastante exigentes en su concepción original de siete días. No es que hayamos acortado el itinerario y las rutas, sencillamente se trata de que hemos volado sobre las carreteras y hemos ganado dos días a las previsiones que al final han sido de cinco días en total. Eso si, que nadie se lleve a engaño, siempre a modestas velocidades soportables para nuestras monturas en una carrera (si se puede llamar así) con nosotros mismos y nuestros límites físicos, puesto que las máquinas eran el instrumento fundamental "insensible e incansable", por lo tanto, una vez más y ya he perdido la cuenta: "BRAVO POR LAS VESPINO".

Recuerdo que en mi primer viaje con mi Vespino a Riudellots de la Selva, allá por 1982,  me quedé maravillado de lo bien que funcionaba aquel motorcito de sistema rotativo al que no le había cambiado absolutamente nada de su estado original. Me llamaba la atención que después de rodar tramos de una o varias horas el sonido de aquel motor al parar en los semáforos era exáctamente el mismo que cuando lo acababa de poner en marcha; ningún aspaviento, ningún ruido extraño, ninguna amenaza de pretender pararse, nada que diese a entender que tantos kilómetros pudieran fatigar su mecánica. Cuando el semáforo se ponía nuevamente en verde, enroscaba levemente el puño del acelerador y sentía como todo el sistema volvía a su trabajo con decisión y suavidad al mismo tiempo, sin estridencias, para en pocos instantes llevarme a su modesta velocidad de crucero, sus 40 kms. a la hora.

Años después, nada menos que 25, después de usarla para todo, haber servido también para "romper la mano" de los jóvenes de la familia y haber sufrido varias capas de tuneado, finalmente quedó aletargada y llenándose de polvo en un ricón oscuro del garaje. Por mi parte no olvidé nunca aquel primer viaje a Riudellots, por eso se me ocurrió la posibilidad de sacarla nuevamente a la luz, desempolvarla, revisarla y acicalarla para ver si era capaz de llevarme mucho más lejos y continuar con aquel agradable sueño de 1982. Era una idea que me rondaba por la cabeza mucho tiempo y que sólo fue necesario el espoléo de la frase de alguno de mis amigos en una cena subida de decibelios: "no tienes huevos..."

Para eso claro que los tenía, y para mucho más; sólo fue necesario abrir el tarro de esencias y disfrutar de lo que un/una Vespino es capaz de ofrecer. De no dejar de sorprenderte de lo que se puede conseguir con algo tan pequeño y tan insignificante, al tiempo que robusto e incansable.

Portugal, después de haber llegado tan lejos en viajes precedentes, parecía algo fácil, había por tanto que añadir una "guinda" que pusiera un poco de dificultad a lo que parecía sencillo y al final subimos el listón a límites de record, a una etapa de más de 1.000 kilómetros de tirón.

No tenemos noticia de que alguien lo hiciera con anterioridad en una Vespino. Lo más próximo y meritorio fue la travesía norte-sur por partida doble de 800 kilómetros en 24 horas de nuestro compañero Gonzalo Fernández Avezuela. Así que íbamos a intentar algo por primera vez y eso nos ilusionaba. Es cierto que teníamos muchas dudas y que eran también muchas las voces que nos recordaban lo difícil que podía llegar a resultar, aunque también es cierto que no teníamos ninguna obligación y que si las cosas se ponía feas podíamos poner pie en tierra y continuar al día siguiente, aunque al final no fue necesario.

Ni Tachu ni yo mismo (Valentín) habíamos llevado a cabo ninguna preparación física pensando en el viaje. Las motos eran las mismas que el viaje a París del año anterior; es más, la Bella Durmienten (mi GL) estaba tal y como la había dejado el verano pasado, así que únicamente le puse una correa nueva y reemplacé los casquillos de los rodillos del Varioplús. Ah, y la sustitución del piñón de bicicleta que se me rompió cuando volvíamos de París. La moto de Tachu por su parte conservaba el mismo motor, con la sustitución del cigüeñal por uno preparado por Kiqu y montado con Juan Escrig (Bicisport) para eliminar las molestas vibraciones.

La víspera de la partida recibimos la mala noticia de la no participación de nuestro amigo y compañero de viaje Chimo, que por motivos familiares tuvo que desistir a última hora de incorporarse a la aventura desde tierras cordobesas. Por otra parte, la confirmación de la participación de Aina Garí acompañada por sus padres Kiqu y Pilar desde el sur de Portugal, no sólo inyectaban el aire fresco de una aventura joven y decidida, sino que también nos proporcionaba la cobertura de un coche de apoyo y la inestimable ayuda técnica directa del mismo director técnico de todos nuestros proyectos vespineros. Así que la dificultad únicamente se reducía, que no era poco, a llegar a Sagres en Portugal.

Sobre las 17:30 del domingo 5 de agosto de 2012 llegaba a mi casa de Vall de Almonacid sobre su GL un sonriente e ilusionado Tachu con cara de comerse a bocado redondo el reto que íbamos a intentar. Así que con los 37 kilómetros que hay desde su casa a la mía, él ya había comenzado a restar la distancia hasta el Cabo de San Vicente de su aventura particular, la mía lo haría en pocos minutos.

Fue un retraso de apenas media hora lo que acumulamos en el mismo punto de partida respecto a lo previsto inicialmente, aunque confiábamos en ir ganando tiempo al rutómetro poco a poco una vez puestos en marcha. Los 40 km/h. previstos de media no parecían difíciles de conseguir, aunque en ellos no estaban contempladas las paradas obligadas.

Por fin se puso en marcha la comitiva: yo en cabeza seguido de Tachu y tras nosotros Quemadillo en su BMW R-75, Toni Bicis en su Vespino y Juan y Rebeca Escrig en la Vespa Old-Time.

Atravesar Segorbe, subir el puerto de la Cueva Santa y llegar a Alcublas no parecía el terreno apropiado para ganar tiempo al rutómetro. Tampoco la pista hiperbacheada que nos llevaría a las mil curvas que necesariamente había que salvar para llegar a Utiel. Ni siquiera el primer incidente de la bombilla de la moto de Tachu que Juan sustituyó rápidamente en el sitio que nos despedimos para ya "volar" solos. Tampoco la luz que proporcionan los faros de las GL supondrían una ayuda; así que sólo la paciencia, la fiable mecánica y también la suerte, contribuyeron a que poco a poco el tiempo previsto de paso por un punto determinado y el paso real se fueran acercando e incluso se viese superando por el segundo hasta obtener una ventaja de casi una hora cuando todavía quedaba lejos el amanecer.

Parada para cenar, parada para repostar, parada para colocarnos la ropa de abrigo, el cansancio de toda la noche en la que los sensores de alerta se alimentaban de unas reservas que cada vez se diluían más deprisa, contribuyeron a que al amanecer con unas temperaturas que rondaban los 11ºc. nos diéramos verdadera cuenta de dónde nos habíamos metido. Tanto Tachu como yo deseábamos que el sol se elevara en el horizonte y calentase un poco nuestros maltrechos cuerpos. ¿Cómo era posible que en pleno mes de agosto, con la que estaba cayendo de calor en toda la Península Ibérica, en las proximidades de la llamada Sartén de Andalucía y sobre unas sencillas Vespino, anduviésemos helados como pollos? Ni que decir tiene que esas provincias están tomadas por las alambradas de los cortijos y que es materialmente imposible encontrar un lugar donde parar a la sombra de un árbol. Ni eso ni un simple rincón de descanso donde estirar las piernas. Me duele decirlo, pero en eso los franceses están a años luz de nosotros porque aquí la propiedad privada está alambrada. 

No recuerdo exáctamente el pueblecito blanco donde paramos a la sombra de su cementerio, precisamente porque allí no había alambradas; lo que sí recuerdo es que llevábamos más de 500 kilómetros y según el rutómetro en aquel punto nuestra ventaja era exactamente de dos minutos. Había que parar porque era peligroso seguir si no descansábamos un poco. De manera que paramos las motos junto a la tranquila tapia del cementerio, en un sembrado ya cosechado, comimos unos bocatas y nos tumbamos al sol para recuperar la temperatura perdida durante el frío amanecer. Programamos los teléfonos para que nos despertasen en una hora, aunque eso no fue necesario porque el sol achicharrador nos advirtió de que ya era hora de seguir. A pesar del breve sueño, nos habíamos recuperado física y anímicamente, fue entonces cuando a pesar de que todavía estábamos a 600 kilómetros del final de etapa, veíamos factible salir airosos de nuestra osadía, así que guardamos la ropa de abrigo, nos pusimos los cascos y salimos a la carretera en dirección suroeste.

Castellón, Valencia, Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Córdoba, Badajoz, Huelva y finalmente la frontera lusa: cuando cruzamos la frontera y pasamos junto a Barranco, que es la primera población de Portugal por aquel paso, la carretera empeoró notablemente.

    Entrada en Portugal junto a la ciudad de Barranco

Faltaban todavía 300 kilómetros para llegar a Sagres y el sol calentaba sin contemplaciones. Era hora de detenernos a comer otro bocata a la sombra de cualquier árbol, porque otra cosa nos podía haber derretido a nosotros y a nuestras monturas. Algo diferente era la marcha, que se veía aliviada por la brisa que generaba nuestro propio movimiento, a pesar de que en algunos momentos parecía que nos soplaban dragones en los mismos cogotes. El rabioso sonido de las chicharras no era alentador, como tampoco lo era la visión de algún que otro grupo de buitres que sobre nuestras cabezas se dejaban llevar por las corrientes térmicas en sus incesantes vuelos circulares a la espera de su turno para el banquete con alguna res muerta en las cercanías. Únicamente el pacer de los belloteros "patanegra" a la sombra de enormes encinas o de su insistente hozar en la orilla o dentro de alguna de las pocas charcas de las dehesas extremeñas e incluso lusas, introducían el alimento necesario para nuestro propio optimismo.

De vez en cuando había que detenerse a manipular al enloquecido navegador, unas veces para pedirle que nos llevara por carreteras para bicicletas y otras, hartos de visitas turísticas por el centro de todas las localidades que nos salían al paso, para que no lo hicieran. Y por fin llegamos a la barbilla de la Península Ibérica, otra vez llegamos a unas costas desde las que se vislumbra el perfil de las montañas marroquíes a otro lado del mar, que en esta ocasión es el océano Atlántico.

Kiqu nos había pasado las coordenadas del camping en el que habían contratado un bungalow para los cinco, cosa grata porque suponía que en pocas horas nos dejaríamos caer en unas camas reponedoras de aventureros esfuerzos.

No fue sencillo porque al contrario de lo que pudimos ver en los kilómetros portugueses que habíamos pisado en las últimas horas, en aquella zona el tráfico era frenético y las obras de algunos tramos provocaban largas colas, sin olvidar el peligro de compartir vía con vehículos mucho más rápidos que nuestras Vespino. De manera que entre unas cosas y otras llegamos anochecido al camping lugar de encuentro, no sin antes haber pateado por confusión un camping próximo (cosa de coordenadas). El caso es que nos encontramos con los Garí que ya nos esperaban en la misma entrada. Y no sólo eso, además nos habían preparado una cena calentita que nos vino como agua en Mayo. Disfrutamos de un poco de conversación durante la cena y, una vez concluida ésta, lo que primaba era una ducha y el encuentro con nuestros camastros.
                                       1082 kms. en el cuenta Kms. de la moto de Tachu
Habíamos conseguido la parte más difícil del viaje: unir Vall de Almonacid con Sagres de un tirón. Los kilómetros finalmente fueron 1.082 para Tachu y su Vespino y 37 menos para mí y la Bella Durmiente en un total de 28 horas.

Quedaba atravesar Portugal para llegar a Galicia y luego regresar a casa.
 
     Faro de la fortaleza del Cabo de San Vicente

     Aina, Tachu y yo con Sagres al fondo

    En carretera escoltados por Pilar y Kiqu en la furgoneta

     Tachu junto a las motos en el centro de Oporto
   

    Refrescándonos junto al Miño

    Sabrosos platos para un menú