jueves, 16 de agosto de 2012

Aventura superada

Aventura superada y con dos días de adelanto...

 La noticia previa en diario Levante de Castellón en su edición 7 de agosto de 2012:
    
Agradecer a Kiqu y familia por haber participado y ayudado de manera incondicional a nuestra aventura: Kiqu y Pilar desde la furgoneta de apoyo y Aina como un aventurero más.
Agradecer a Sprint en Segorbe porque un año más nos ha proporcionado la posibilidad de ser vistos con sus chalecos reflectantes.
Naturalmente a Juan Bicisport por velar por nuestras máquinas de manera directa, aunque un año más se haya quedado con las ganas de ser elemento aventurero.
Y no nos olvidemos de todos los amigos cercanos y lejanos que nos han alentado y también nos han soplado en el cogote para que no desfalleciésemos en nuestro empeño.

Mañana hará una semana que regresamos a casa con dos días de adelanto sobre unas previsiones, a priori, bastante exigentes en su concepción original de siete días. No es que hayamos acortado el itinerario y las rutas, sencillamente se trata de que hemos volado sobre las carreteras y hemos ganado dos días a las previsiones que al final han sido de cinco días en total. Eso si, que nadie se lleve a engaño, siempre a modestas velocidades soportables para nuestras monturas en una carrera (si se puede llamar así) con nosotros mismos y nuestros límites físicos, puesto que las máquinas eran el instrumento fundamental "insensible e incansable", por lo tanto, una vez más y ya he perdido la cuenta: "BRAVO POR LAS VESPINO".

Recuerdo que en mi primer viaje con mi Vespino a Riudellots de la Selva, allá por 1982,  me quedé maravillado de lo bien que funcionaba aquel motorcito de sistema rotativo al que no le había cambiado absolutamente nada de su estado original. Me llamaba la atención que después de rodar tramos de una o varias horas el sonido de aquel motor al parar en los semáforos era exáctamente el mismo que cuando lo acababa de poner en marcha; ningún aspaviento, ningún ruido extraño, ninguna amenaza de pretender pararse, nada que diese a entender que tantos kilómetros pudieran fatigar su mecánica. Cuando el semáforo se ponía nuevamente en verde, enroscaba levemente el puño del acelerador y sentía como todo el sistema volvía a su trabajo con decisión y suavidad al mismo tiempo, sin estridencias, para en pocos instantes llevarme a su modesta velocidad de crucero, sus 40 kms. a la hora.

Años después, nada menos que 25, después de usarla para todo, haber servido también para "romper la mano" de los jóvenes de la familia y haber sufrido varias capas de tuneado, finalmente quedó aletargada y llenándose de polvo en un ricón oscuro del garaje. Por mi parte no olvidé nunca aquel primer viaje a Riudellots, por eso se me ocurrió la posibilidad de sacarla nuevamente a la luz, desempolvarla, revisarla y acicalarla para ver si era capaz de llevarme mucho más lejos y continuar con aquel agradable sueño de 1982. Era una idea que me rondaba por la cabeza mucho tiempo y que sólo fue necesario el espoléo de la frase de alguno de mis amigos en una cena subida de decibelios: "no tienes huevos..."

Para eso claro que los tenía, y para mucho más; sólo fue necesario abrir el tarro de esencias y disfrutar de lo que un/una Vespino es capaz de ofrecer. De no dejar de sorprenderte de lo que se puede conseguir con algo tan pequeño y tan insignificante, al tiempo que robusto e incansable.

Portugal, después de haber llegado tan lejos en viajes precedentes, parecía algo fácil, había por tanto que añadir una "guinda" que pusiera un poco de dificultad a lo que parecía sencillo y al final subimos el listón a límites de record, a una etapa de más de 1.000 kilómetros de tirón.

No tenemos noticia de que alguien lo hiciera con anterioridad en una Vespino. Lo más próximo y meritorio fue la travesía norte-sur por partida doble de 800 kilómetros en 24 horas de nuestro compañero Gonzalo Fernández Avezuela. Así que íbamos a intentar algo por primera vez y eso nos ilusionaba. Es cierto que teníamos muchas dudas y que eran también muchas las voces que nos recordaban lo difícil que podía llegar a resultar, aunque también es cierto que no teníamos ninguna obligación y que si las cosas se ponía feas podíamos poner pie en tierra y continuar al día siguiente, aunque al final no fue necesario.

Ni Tachu ni yo mismo (Valentín) habíamos llevado a cabo ninguna preparación física pensando en el viaje. Las motos eran las mismas que el viaje a París del año anterior; es más, la Bella Durmienten (mi GL) estaba tal y como la había dejado el verano pasado, así que únicamente le puse una correa nueva y reemplacé los casquillos de los rodillos del Varioplús. Ah, y la sustitución del piñón de bicicleta que se me rompió cuando volvíamos de París. La moto de Tachu por su parte conservaba el mismo motor, con la sustitución del cigüeñal por uno preparado por Kiqu y montado con Juan Escrig (Bicisport) para eliminar las molestas vibraciones.

La víspera de la partida recibimos la mala noticia de la no participación de nuestro amigo y compañero de viaje Chimo, que por motivos familiares tuvo que desistir a última hora de incorporarse a la aventura desde tierras cordobesas. Por otra parte, la confirmación de la participación de Aina Garí acompañada por sus padres Kiqu y Pilar desde el sur de Portugal, no sólo inyectaban el aire fresco de una aventura joven y decidida, sino que también nos proporcionaba la cobertura de un coche de apoyo y la inestimable ayuda técnica directa del mismo director técnico de todos nuestros proyectos vespineros. Así que la dificultad únicamente se reducía, que no era poco, a llegar a Sagres en Portugal.

Sobre las 17:30 del domingo 5 de agosto de 2012 llegaba a mi casa de Vall de Almonacid sobre su GL un sonriente e ilusionado Tachu con cara de comerse a bocado redondo el reto que íbamos a intentar. Así que con los 37 kilómetros que hay desde su casa a la mía, él ya había comenzado a restar la distancia hasta el Cabo de San Vicente de su aventura particular, la mía lo haría en pocos minutos.

Fue un retraso de apenas media hora lo que acumulamos en el mismo punto de partida respecto a lo previsto inicialmente, aunque confiábamos en ir ganando tiempo al rutómetro poco a poco una vez puestos en marcha. Los 40 km/h. previstos de media no parecían difíciles de conseguir, aunque en ellos no estaban contempladas las paradas obligadas.

Por fin se puso en marcha la comitiva: yo en cabeza seguido de Tachu y tras nosotros Quemadillo en su BMW R-75, Toni Bicis en su Vespino y Juan y Rebeca Escrig en la Vespa Old-Time.

Atravesar Segorbe, subir el puerto de la Cueva Santa y llegar a Alcublas no parecía el terreno apropiado para ganar tiempo al rutómetro. Tampoco la pista hiperbacheada que nos llevaría a las mil curvas que necesariamente había que salvar para llegar a Utiel. Ni siquiera el primer incidente de la bombilla de la moto de Tachu que Juan sustituyó rápidamente en el sitio que nos despedimos para ya "volar" solos. Tampoco la luz que proporcionan los faros de las GL supondrían una ayuda; así que sólo la paciencia, la fiable mecánica y también la suerte, contribuyeron a que poco a poco el tiempo previsto de paso por un punto determinado y el paso real se fueran acercando e incluso se viese superando por el segundo hasta obtener una ventaja de casi una hora cuando todavía quedaba lejos el amanecer.

Parada para cenar, parada para repostar, parada para colocarnos la ropa de abrigo, el cansancio de toda la noche en la que los sensores de alerta se alimentaban de unas reservas que cada vez se diluían más deprisa, contribuyeron a que al amanecer con unas temperaturas que rondaban los 11ºc. nos diéramos verdadera cuenta de dónde nos habíamos metido. Tanto Tachu como yo deseábamos que el sol se elevara en el horizonte y calentase un poco nuestros maltrechos cuerpos. ¿Cómo era posible que en pleno mes de agosto, con la que estaba cayendo de calor en toda la Península Ibérica, en las proximidades de la llamada Sartén de Andalucía y sobre unas sencillas Vespino, anduviésemos helados como pollos? Ni que decir tiene que esas provincias están tomadas por las alambradas de los cortijos y que es materialmente imposible encontrar un lugar donde parar a la sombra de un árbol. Ni eso ni un simple rincón de descanso donde estirar las piernas. Me duele decirlo, pero en eso los franceses están a años luz de nosotros porque aquí la propiedad privada está alambrada. 

No recuerdo exáctamente el pueblecito blanco donde paramos a la sombra de su cementerio, precisamente porque allí no había alambradas; lo que sí recuerdo es que llevábamos más de 500 kilómetros y según el rutómetro en aquel punto nuestra ventaja era exactamente de dos minutos. Había que parar porque era peligroso seguir si no descansábamos un poco. De manera que paramos las motos junto a la tranquila tapia del cementerio, en un sembrado ya cosechado, comimos unos bocatas y nos tumbamos al sol para recuperar la temperatura perdida durante el frío amanecer. Programamos los teléfonos para que nos despertasen en una hora, aunque eso no fue necesario porque el sol achicharrador nos advirtió de que ya era hora de seguir. A pesar del breve sueño, nos habíamos recuperado física y anímicamente, fue entonces cuando a pesar de que todavía estábamos a 600 kilómetros del final de etapa, veíamos factible salir airosos de nuestra osadía, así que guardamos la ropa de abrigo, nos pusimos los cascos y salimos a la carretera en dirección suroeste.

Castellón, Valencia, Cuenca, Albacete, Ciudad Real, Córdoba, Badajoz, Huelva y finalmente la frontera lusa: cuando cruzamos la frontera y pasamos junto a Barranco, que es la primera población de Portugal por aquel paso, la carretera empeoró notablemente.

    Entrada en Portugal junto a la ciudad de Barranco

Faltaban todavía 300 kilómetros para llegar a Sagres y el sol calentaba sin contemplaciones. Era hora de detenernos a comer otro bocata a la sombra de cualquier árbol, porque otra cosa nos podía haber derretido a nosotros y a nuestras monturas. Algo diferente era la marcha, que se veía aliviada por la brisa que generaba nuestro propio movimiento, a pesar de que en algunos momentos parecía que nos soplaban dragones en los mismos cogotes. El rabioso sonido de las chicharras no era alentador, como tampoco lo era la visión de algún que otro grupo de buitres que sobre nuestras cabezas se dejaban llevar por las corrientes térmicas en sus incesantes vuelos circulares a la espera de su turno para el banquete con alguna res muerta en las cercanías. Únicamente el pacer de los belloteros "patanegra" a la sombra de enormes encinas o de su insistente hozar en la orilla o dentro de alguna de las pocas charcas de las dehesas extremeñas e incluso lusas, introducían el alimento necesario para nuestro propio optimismo.

De vez en cuando había que detenerse a manipular al enloquecido navegador, unas veces para pedirle que nos llevara por carreteras para bicicletas y otras, hartos de visitas turísticas por el centro de todas las localidades que nos salían al paso, para que no lo hicieran. Y por fin llegamos a la barbilla de la Península Ibérica, otra vez llegamos a unas costas desde las que se vislumbra el perfil de las montañas marroquíes a otro lado del mar, que en esta ocasión es el océano Atlántico.

Kiqu nos había pasado las coordenadas del camping en el que habían contratado un bungalow para los cinco, cosa grata porque suponía que en pocas horas nos dejaríamos caer en unas camas reponedoras de aventureros esfuerzos.

No fue sencillo porque al contrario de lo que pudimos ver en los kilómetros portugueses que habíamos pisado en las últimas horas, en aquella zona el tráfico era frenético y las obras de algunos tramos provocaban largas colas, sin olvidar el peligro de compartir vía con vehículos mucho más rápidos que nuestras Vespino. De manera que entre unas cosas y otras llegamos anochecido al camping lugar de encuentro, no sin antes haber pateado por confusión un camping próximo (cosa de coordenadas). El caso es que nos encontramos con los Garí que ya nos esperaban en la misma entrada. Y no sólo eso, además nos habían preparado una cena calentita que nos vino como agua en Mayo. Disfrutamos de un poco de conversación durante la cena y, una vez concluida ésta, lo que primaba era una ducha y el encuentro con nuestros camastros.
                                       1082 kms. en el cuenta Kms. de la moto de Tachu
Habíamos conseguido la parte más difícil del viaje: unir Vall de Almonacid con Sagres de un tirón. Los kilómetros finalmente fueron 1.082 para Tachu y su Vespino y 37 menos para mí y la Bella Durmiente en un total de 28 horas.

Quedaba atravesar Portugal para llegar a Galicia y luego regresar a casa.
 
     Faro de la fortaleza del Cabo de San Vicente

     Aina, Tachu y yo con Sagres al fondo

    En carretera escoltados por Pilar y Kiqu en la furgoneta

     Tachu junto a las motos en el centro de Oporto
   

    Refrescándonos junto al Miño

    Sabrosos platos para un menú

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